Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos
Mireia Estrada Gelabert | 25 julio 2024
Mirar al Otro desde la vulnerabilidad y el autocuestionamiento
Me es extremadamente difícil encontrar el lugar desde el que escribir esta autoreseña sin caer ni en la autocrítica masoquista ni en la «promoción» entusiasta. Como autora de la obra Sin azúcar, simplemente me gustaría dar las pistas de lectura para un libro que no esconde grandes secretos pero que sí juega con algunas capas que el lector menos despistado pilla enseguida.
La versión catalana «Sense sucre. Una dona occidental al Marroc» fue publicada en 2021 por la editorial Ara Llibres. La versión en castellano «Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos» ha sido publicada este año por Cuatro Lunas.
En primer lugar, no se trata de una obra autobiográfica, ni de un carné de viaje, ni de un ensayo o una investigación periodística, tampoco es una ficción. Probablemente sea un poco de todo ello. Me ha costado encontrar una manera de «contarlo». Puede que la mejor fórmula sea decir que se trata de una crónica íntima de la experiencia del Otro desde los afectos, la fragilidad y el autocuestionamiento; desde las cocinas y los salones (me gusta recalcar). Es decir, Sin azúcar no habla de «un país» sino de los avatares internos que las situaciones cotidianas «ajenas» provocan a la voz narrativa, un diálogo subyacente entre un Yo y un Tú que se buscan, se pierden y se reconocen. Es pues desde la experiencia encarnada de la cotidianidad de una familia de clase media marroquí que la voz toma cuerpo. Una familia que me dio un lugar, el justo que me pertenecía como mujer de y madre de. Y es precisamente por las características de este espacio personal que la experiencia es otra, lejos del glamour de los Tánger internacionales, las noches locas de Marrakech, de las intrépidas aventuras por el desierto y del personaje que alimenta mi día a día «occidental» en la orilla norte del Mediterráneo. Ahí yace el potencial interés del texto, del privilegio de vivir «un lugar» desde lo cotidiano.
Y es en lo cotidiano donde pueden surgir, y surgen, las alianzas y los afectos: con la suegra, con las cuñadas, con las mujeres del duar … Es desde lo anodino, lo corriente, lo rústico, que me he permitido plasmar una experiencia encarnada que tiene el valor por lo que es de anodina, corriente y rústica.
Ilustración de Vanesa Rovira en la versión catalana del libro.
La feminista estadounidense Donna Haraway habla de los saberes situados. Aunque la pulsión de la escritura ha surgido sin ninguna intención ni filiación ideológica o intelectual, el texto puede inscribirse plenamente en esta perspectiva académica, que he conocido a posteriori. Lo que dice Haraway es que el saber que ella defiende, en contraposición con los saberes científicos y especulativos, es situado en la medida en que se sitúa en la contradicción, que es el vaivén intrínseco de toda experiencia. Y como bien dice Begonya Sáez Tajafuerce en su artículo «Saberes situados» (Enrahonar. An International Journal of Theoretical and Practical Reason 60, 2018) desde el cuerpo, el saber «tartamudea», es complejo y contradictorio.
La contradicción puede que sea el sentir más extendido a lo largo del texto. A través de la ironía, siempre presente, la obra no deja de ser un largo interrogatorio, debajo de escenas «costumbristas», anécdotas familiares y apuntes, sobre la propia identidad. Dicen que no hay integración posible sin trasladar el extrañamiento al propio origen y a las propias certezas. Este sería el juego subyacente en el texto a lo largo de todas las páginas.
Ilustraciones de Vanesa Rovira en la versión catalana del libro.
Por otra parte, a lo largo de los capítulos, como hilos invisibles que me llevan a mi origen mallorquín, se detectan espacios comunes que conectan de manera fehaciente lo que somos en las dos orillas del Mediterráneo. Siempre me gusta decir que Marruecos es aquel país que «reconocemos» pero que no «conocemos». Hay algo tan cercano, tan «nuestro», tan compartido… ¡pero el desconocimiento es tan grande! Sirva este libro para acercarlo un poquitín más.
Presentación en Larache con Sergio Barce, Youssef el Maimouni (no sale en la foto) y la bibliotecaria de la Biblioteca Juan Goytisolo de Tánger, Maribel Méndez.
Para terminar, me gustaría compartir el fragmento inicial que da lugar al relato de Sin azúcar.
¿Cómo mirar? ¿Cómo tolerar la mirada del otro? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a representar el papel que el otro nos asigna, lo que se espera de nosotros? ¿Cómo se puede encontrar la mirada justa, desviarla, darle la vuelta, alcanzar la equidistancia, ser «correctos» en la experiencia encarnada?
Este relato nace de las vicisitudes de la autora durante los veinte años de relación con Marruecos como pareja de un hombre marroquí.
En un momento en el que los discursos sobre la descolonización de los imaginarios y el feminismo ideológico se consolidan como marcos referenciales, la mirada desde dentro, procedente de la experiencia, aporta el frescor del momento y de la anécdota. En este texto no hablamos de los otros, sino de la otra, que a ojos propios es una misma, un tú desconcertante que surge cuando acaras los espejos y estos hacen rebotar la imagen hasta el infinito, y cuesta encontrar quién era la mujer que estaba ante el espejo, la primera, la verdadera; cuesta saber en cuál de las imágenes replicadas ha perdido el alma o se ha reencontrado.
Este perderse no tiene por qué ser doloroso. Es a través de la ironía que llegamos, finalmente, a identificar estos dilemas como un itinerario de autoconocimiento: sin pretensiones, reivindicando la experiencia encarnada de otra cultura con todas sus contradicciones; desde la intimidad y la pertenencia afectiva, desde las cocinas y los salones.
¡Feliz lectura, si se da!
Presentación en la Fundación Tres culturas de Sevilla con Sanae Chairi (izquierda). Foto de autora (centro). Con Sanae Chairi, profesora y traductora en el SIEL (Salon du Livre et de l’Édtion) Rabat 2024 (derecha).