La mujer rifeña en la obra de Emilio Blanco Izaga
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Sonia Gámez | 9 febrero 2021
«La Atlántida Rifeña», una propuesta difícil de rechazar
Removiendo archivos y carpetas de antiguos trabajos, he encontrado un texto que hoy me gustaría mostrar en esta nueva entrada de Rutas Marruecas. Se trata de una breve narración que forma parte de una de mis colaboraciones pasadas. Todo comenzó cuando mi querido amigo Vicente Moga (historiador y director del Archivo General de Melilla y del Servicio de Publicaciones de la CAM) me propuso formar parte de un grupo de investigadores para participar en un proyecto sugerente y atractivo, la publicación de LA ATLÁNTIDA RIFEÑA de Emilio Blanco Izaga. Por supuesto, y a pesar de mis otros muchos compromisos y la falta de tiempo, no pude resistirme a estar ahí. Esta obra, que fue realizada por varios autores y editada por Vicente Moga, cuenta con un diseño magnífico de mi apreciada amiga y compañera Betlem Planells. Su contenido versa sobre el perfil de un atípico interventor militar que llegó al norte de Marruecos en 1927 y, en palabras de Moga «para legar una obra escrita y gráfica que recrea como nadie la atmósfera rifeña de la primera mitad del siglo XX». Y así, jugando con las palabras, Moga presentó esta obra dedicada a Emilio Blanco Izaga (1892-1949), centrada en su estancia en Marruecos entre los años 1927 y 1945:
… Algunas de las aristas que delinean la figura rifeña de Blanco Izaga se recogen en este libro, en cuyas páginas sobrevuela una escritura interdisciplinar e intercultural de lo que representó su obra de más de veinte años en el norte de Marruecos. La estructura del libro responde a esta necesidad, la de recolocar al personaje en sus escenarios, presentándolo en sus diferentes facetas, como militar, etnógrafo, arquitecto y artista, deslindando sus poliédricos perfiles y, a la vez, corroborando la unicidad de sus trabajos que desembocan en sus magníficos «Cuadernos de Arte Berberisco»…
La Atlántida rifeña de Emilio Blanco Izaga. La impronta de un militar español en Marruecos, 1927-1945. Edición de Vicente Moga Romero, 2014. Monografía colectiva que recoge la visión de Blanco Izaga en Marruecos por los siguientes autores : José Luis Villanova, Josep Lluís Mateo Dieste, Mónica López Soler, Antonio Bravo Nieto, María José Matos, Sonia Gámez Gómez, Enrique Gonzálbes Cravioto, José Luis Gómez Barceló, y Vicente Moga Romero: La obra con diseño y cubierta de Betlem Planells, fue también el catálogo de la exposición homónima dedicada a mostrar una amplia selección de la obra artística, arquitectónica y etnográfica de Emilio Blanco Izaga. El contenido del libro se nutre a partir de los trabajos de campo, textuales y, sobretodo, gráficos recogidos en los «Cuadernos de arte berberisco» realizados por el Interventor militar en el Protectorado de España en Marruecos.
¿Y qué aspecto de la obra de Blanzo Izaga me tocó abordar en este libro? Pues, no casualmente, uno que me gusta bastante: se trataba de escribir brevemente sobre la visión que este singular militar tenía de la mujer rifeña, una visión que refleja en sus textos y, sobre todo, materializa a través de sus inconfundibles y sugerentes dibujos, siempre colmados de un color intenso y un divertido dinamismo. Un capítulo que se publicó con el título: Las aristas de la condición femenina en la obra de Blanco Izaga. Pero antes de que podáis leerlo, me gustaría contextualizar un poco más sobre algunos conceptos y el escenario donde se desarrolla la obra de Blanco Izaga.
Mujeres en el Rif. Archivo General de Melilla.
La figura del interventor en las políticas coloniales del Protectorado de España en Marruecos (1912-1956)
Quizá muchos de vosotros, ajenos a la historia del norte de África, no tengáis claro qué era un interventor militar y qué responsabilidades tenía en la España de aquel momento. Posiblemente, no exista tanta literatura sobre esta figura como yo pensaba, sin embargo, ha sido tratada por muchos autores como un elemento fundamental en las políticas coloniales de España durante su Protectorado en Marruecos. Si ahondamos en las fuentes escritas, es fácil deducir que, a veces, las funciones de los interventores no quedaban del todo claras sobre el terreno, ni siquiera para ellos mismos, cuando eran destinados a un lugar lejano y ajeno en costumbres, creencias y tradiciones, como era la escabrosa franja del Rif. La persistente falta de personal técnico y las cuestiones políticas que controlaban toda la acción española, hicieron que a los interventores se les atribuyeran funciones muy diversas. Sin embargo, y sobre papel, los interventores eran los responsables de fiscalizar y orientar (aunque más bien se trataba de vigilar y controlar) el funcionamiento del gobierno marroquí, principalmente la administración de justicia, con el objetivo de evitar gestiones y asuntos que pusieran en peligro el orden colonial establecido.
Interventores en el Protectorado Español en Marruecos, 1930. Colección Manuel Melis Clavería, en Biblioteca Aecid Madrid.
El sistema de las intervenciones no se puso en marcha hasta 1923 y el desarrollo de sus acciones sobre el terreno, durante el tiempo que estuvo vigente, marcó la política colonial del Protectorado. En general, dicho sistema y las actuaciones de sus artífices: los interventores, en muchas ocasiones, han sido tratados negativamente por la historiografía. Algunos estudios, abordados desde diferentes perspectivas y enfoques, no han beneficiado en absoluto la imagen que ha llegado hasta hoy del interventor, una figura que algunos autores han definido como «agentes geopolíticos». A menudo, se les ha acusado de incapacidad y lasitud en sus funciones, de los abusos y el desprecio que demostraron hacia la población rifeña y, sobre todo, se les ha recriminado en numerosas ocasiones el desconocimiento que manifestaron de la sociedad tribal amazige, en general. A pesar de esta visión negativa generalizada de la administración colonial, existen trabajos que han destacado la personalidad de aquellos interventores que, por distintos motivos, no encajaron en el perfil negativo atribuido a la mayoría, como fueron Emilio Blanco Izaga, o Jesús Jiménez de Ortoneda (interventor entre 1911-1936). La biografía de este último ha sido abordada en profundidad por los profesores José Luis Villanova y Luis Urteaga, de las universidades de Girona y Barcelona, respectivamente.
A la izquierda, Jesús Jiménez Ortoneda y Mª del Amparo Jiménez Alonso. A la derecha, Jesús Jiménez Ortoneda como capitán de la policía indígena (a la derecha) en la cabina de Metalza (1922). Archivo Familiar de Jiménez Ortoneda.
En cuanto a la figura de Blanco Izaga, la que nos ocupa hoy aquí, ha sido tratada en numerosos trabajos por Vicente Moga Romero. Sus investigaciones y publicaciones sobre Blanco Izaga nos han permitido conocer en profundidad la acentuada personalidad del interventor. Moga, y voy a utilizar sus propias palabras en la presentación de La Atlántida rifeña, ha «desovillado el hilo imaginario izagiano como ya había hecho en otras ocasiones, sobre todo en El Rif de Emilio Blanco Izaga. Trayectoria militar, arquitectónica y etnográfica en el Protectorado de España en Marruecos (Melilla-Barcelona, 2009)». Estos trabajos, que han servido a su vez para familiarizarnos con la figura del administrador tribal en el Protectorado, desgranan minuciosamente las numerosas facetas de Blanco Izaga como arquitecto, etnógrafo y artista. Estos excepcionales aspectos del militar, dieron como resultado una original obra que ha dejado una huella indudable en la historia del Protectorado y un valioso testimonio de la etnografía del norte marroquí.
Familia rifeña a principios del siglo XX. Archivo General de Melilla.
Es, entonces, en este contexto del Protectorado español en Marruecos, cuando surge la figura de Emilio Blanco Izaga, del que me gustaría dejar aquí, antes de acabar, unas breves pinceladas sobre su carrera militar. En 1892, Blanco Izaga nace en Orduña (Vizcaya). En sus funciones como interventor ocupó la Delegación de Asuntos Indígenas de Tetuán en 1927. Dos años después, fue destinado como administrador tribal en el Rif, una etapa que le llevó durante veinte años a recorrer las tribus rifeñas que le tocó fiscalizar: Gomara, Bokoia, Beni Urriaguel, Senhaya y Beni Aammart.
En los años treinta, fue objeto de diversas distinciones, como la Cruz de la Orden Militar de San Hermenegildo, y ascensos. Cuando finaliza la Guerra Civil en España es ascendido a teniente coronel de Infantería. En 1942 ocupó, muy brevemente, el cargo de secretario general de los Territorios del Golfo de Guinea, pero muy pronto regresaría al Protectorado de Marruecos, donde fue nombrado subinspector de las Fuerzas Jalifianas. Un año después, se le otorga la jefatura de la zona Central del Protectorado. Desarrolló diversos servicios en el Alto Estado Mayor, antes de incorporarse al Gobierno Militar de Ceuta, donde permaneció hasta su fallecimiento en 1949.
Cartel del Itinerario Emilio Blanco Izaga. Jornadas organizadas por el Instituto Español Melchor de Jovellanos de Alhucemas en 2015, con el título «Emilio Blanco Izaga y la cultura del Rif».
Emilio Blanco Izaga.
El Rif, un paisaje sugerente e inspirador para Blanco Izaga
Aunque no quisiera extenderme mucho más, considero que para entender la obra de Blanco Izaga es primordial conocer el escenario donde desarrolla su labor interventora, el ignoto y desvanecido Rif, un territorio que le cautivó y que formaría parte ineludible de su imaginario. Después de ahondar en la obra de Blanzo Izaga, podemos afirmar que el Rif y sus gentes inspiraron irremediablemente la actividad creadora del interventor, evadiéndolo de los tediosos quehaceres cotidianos en el ámbito militar.
El Rif, históricamente, ha sido un lugar difícil de definir. Las primeras referencias al término las encontramos a partir del siglo X, con un significado que evolucionó del árabe marroquí pues, en origen, el término hacía referencia a las tiendas que delimitaban un campamento militar. Más tarde, en el siglo XIII, alcanzaría un sentido geográfico en el que delimitaba un lugar montañoso y abrupto en la costa septentrional marroquí. Sin embargo, no será hasta el XV cuando aparece en los textos menciones a un lugar habitado por tribus que constituyen confederaciones tribales que se ciñen a la franja abrupta de la costa africana mediterránea.
También encontramos importantes referencias a este territorio a través de los relatos realizados por viajeros, aventureros o científicos, que emprendieron sus expediciones antes de la ocupación española. Se inició entonces una historiografía basada en las descripciones geográficas del territorio, datos que iban configurando ese espacio difusamente delimitado, a modo de confederación tribal, en esta franja del norte marroquí. Es inevitable que las primeras descripciones de aquellos entusiasmados expedicionarios estén llenas de incorrecciones y confusiones espaciales, ya que estaban basadas en sus propios itinerarios y experiencias personales, como por ejemplo hizo Gabriel Delbrel a finales del siglo XIX y principios del XX.
Cartografía antigua donde se describen las tierras de berbería, incluida la franja costera del Rif. Sin datar. Archivo General de Simancas.
Para finalizar, debemos apuntar que es habitual hablar de Rif refiriéndonos a toda la franja septentrional de Marruecos (desde el Atlántico, al oeste, al río Muluya, al este), incluyendo la Yebala y Gomara, es decir, lo que fue la zona del Protectorado español en Marruecos. Sin embargo, para ser exactos, estas dos últimas no son consideradas parte del verdadero Rif, ya que este se iniciaría al este de Gomara para extenderse hasta la frontera con Argelia, un territorio que ha sido dividido como Rif occidental, Central (Alhucemas y su entorno) y Oriental.
Mapa de la zona de influencia española en el norte de Marruecos, que se corresponde con la delimitación que se ha hecho del Rif durante mucho tiempo. Sin datar. Archivo General de Simancas
El Rif, por ser un terreno montañoso y de difícil acceso, destinó a sus habitantes a una forma de vida muy dura, tanto social como económicamente. Para conocer mejor a los rifeños, habría que ahondar en su estructura tribal y su funcionamiento, algo que no haremos hoy aquí. En el Rif, la tribu era la estructura política y social más importante, y se configuraba en orden segmentario decreciente. Los aspectos que determinaban la pertenencia a una tribu, y que veremos de forma sucinta, estaban ligados a los lazos de sangre, a la tierra y a la lengua.
En origen, todos los miembros de una tribu descendían de un ancestro común, un vínculo que se intentaba perpetuar por la vía matrimonial y, a la vez, se protegía a través de la responsabilidad colectiva. Este concepto de consanguinidad se utilizó a menudo tanto para crear alianzas con otros clanes como con fines políticos o económicos.
Imágenes que reflejan la cotidianidad de los rifeños a principios del siglo XX. Archivo General de Melilla.
El territorio rifeño está constituido casi en su totalidad por montañas muy escarpadas y, como consecuencia, la agricultura fue durante mucho tiempo una actividad rudimentaria. Esto justifica la importancia de la tierra para la población rifeña, que la convierte en un patrimonio casi sagrado, un símbolo de honor y de identidad. Por ello, no es de extrañar que la tierra se convirtiera en la causa principal de los conflictos entre las distintas tribus e, incluso, dentro de ellas.
Por su parte, la lengua amazige se convertirá en un elemento cohesionador de las tribus y, como consecuencia, los identifica en la pertenencia a las mismas. En el Rif convergen numerosos dialectos de la lengua amazige, convirtiéndose en un vehículo de doble identidad, por un lado, como medio de comunicación en el ámbito local y, por otro, como símbolo de la cultura fuera del territorio.
Podríamos concluir en esta breve descripción que el Rif fue el gran olvidado de Marruecos por mucho tiempo, principalmente, por su ausencia de infraestructuras que determinasen sus valores. Este hecho ha generado un sentimiento de identidad muy marcado en los rifeños, manteniéndose muy ligados a sus tradiciones y cultura. Sobre ellos ya hablaremos más adelante en Rutas Marruecas, donde trataremos con mayor profundidad todos los aspectos que caracterizan a este pueblo.
Después de esta breve reseña histórica sobre la figura del interventor y las tierras donde desarrolla sus funciones, os dejo el texto que ha dado origen a este post sobre la mujer rifeña y Emilio Blanco Izaga.
La lucidez de Emilio Blanco Izaga para vislumbrar las indudables carencias de la España intervencionista y la desorientación sentida en cuanto a las atribuciones y competencias asignadas en su papel de interventor militar, fueron estímulos suficientes para profundizar en el estudio etnográfico de aquel mundo extraño y lejano al que fue enviado. Su mirada dulcificada hacia aspectos insólitos de una sociedad, a priori, advenediza y peligrosa, nos permite descubrir la acelerada transformación de un universo ambiguo y fascinante.
El trabajo que desarrolla huye del rancio lenguaje colonial, una literatura cargada de tópicos dirigidos a denigrar la figura del rifeño, frecuentemente atildado de primitivo y salvaje. Sus notas de campo delatan la apasionada manera de observar y la inquietud por descubrir los entresijos de unas tradiciones ancestrales inmersas en aquellas abruptas tierras recién descubiertas. Y esta experiencia vivida la recoge en sus cuadernos con una escritura amable y afectuosa, propia del que se siente único ante lo inexplorado.
Para entonces, la mujer se había convertido en uno de los ejes más recurrentes en su labor investigadora, abordando con gran fluidez narrativa numerosas cuestiones de género. Por parte del interventor vislumbramos una indudable preocupación por la situación y el posicionamiento de las mujeres en las tribus amaziges (bereberes) del Rif. Blanco apreció inmediatamente lo que define como la triste condición de la mujer berberisca, induciéndolo a analizar el diferenciado tratamiento de hombres y mujeres respecto a cuestiones como el adulterio, el repudio o la sexualidad. Estos dos mundos contrapuestos captaron la atención de Blanco Izaga, tan proclive siempre a los contrastes, persistiendo su observancia en el distanciamiento entre sexos y en el descompensado reparto de funciones y quehaceres que irremediablemente delimitaban espacios de orden simbólico muy distintos.
Fragmento de la acuarela de Emilio Blanco Izaga, «Despertar en la aldea», 1934. Archivo General de Melilla.
Percibir las duras cargas femeninas lo posicionaron en contra de lo que sugiere una injusta institución familiar de fuerte carácter patriarcal. Y esta controvertida y escasa consideración social de las mujeres a ojos del interventor, conllevó un inmediato rechazo de éste hacia ciertos cánones tradicionales rifeños. Quizá esta incomprensión y discrepancia ante los usos del derecho consuetudinario, lo llevaron a considerar que la mujer vivía una preocupante situación de opresión al descubrir la injusta inmunidad de la que goza el marido que asesina a su esposa, anotando en su cuaderno con asombro acerca del inesperado paraíso de matadores de mujeres.
Pero la vida del interventor en las diferentes cabilas del norte de Marruecos y el trato con sus gentes, le descubrieron que las rifeñas eran poseedoras de espacios propios, en los que ellas resolvían hábilmente la persistente necesidad de un lugar donde sentirse libres. Blanco Izaga nos relata ingeniosamente que algunos zocos son vetados al hombre y, ocultos a las miradas masculinas, se convierten en sitios para la liberación, el reencuentro y el intercambio. Las mujeres, apartadas de una esfera pública invadida por el hombre, habían construido recintos cercados donde rehuirse como los zocos y los morabitos.
En su estudio «La condición de la mujer», redactado en 1934, Emilio Blanco realiza un recorrido por la situación de la mujer bereber en el Mediterráneo, desde Kabilia (Argelia) al Rif y el Atlas (Marruecos), analizando las normas restrictivas que regulan su posición. Por su parte, pese a la pobreza que las envuelve, las mujeres configuran otro espacio de la alterada rifeña, visualmente tan bella para el interventor, que las dota de un aura atemporal en sus acuarelas.
Tan amplia estancia en el Rif evidenció a este atípico militar el papel fundamental que jugaban las mujeres en las sociedades tribales y esto le llevó a esforzarse por enfatizar su recia fortaleza, así como su carácter alegre, ingenio y esplendor, frente al hombre, al que Blanco Izaga atribuye otras cualidades y actitudes bien distintas a las femeninas. En sus anotaciones apreciamos respeto y admiración hacia las rifeñas, también cierta empatía con las subyugadas por el hombre. Esta cuestión lo lleva a compararlas con la suerte de otras sociedades como el matriarcado de los tuareg, al que tiene en mejor consideración por ser las mujeres las verdaderas depositarias y transmisoras de una cultura ancestral.
Dejando a un lado los escritos etnográficos de Blanco Izaga y los temas de género abordados por él, podemos afirmar que es su faceta artística la que mejor representa la percepción que tuvo acerca del género femenino. Sus numerosos registros gráficos son exquisitos retratos detallados que supieron apresar la turbia atmósfera de este cosmos prohibido. Es muy probable que la particular belleza de las jóvenes rifeñas sedujera al militar recién llegado, dejándose cautivar por sus gráciles movimientos y sus rasgos profundos. Las mujeres, como la intensa luz del Rif, fueron representadas con sugerente atractivo y, sin caer en tópicos exotismos, observamos una dulcificación constante de sus figuras en aquella realidad abatida y desorientada.
Cuando nace un varón, a la parturienta se le da caldo de pollo y si es hembra, de gallina… Al nacer se le corta al chico el ombligo, dejándole cuatro dedos de largo… Emilio Blanzo Izaga, «Los kanon rífenos de Bokoia», 1934. Archivo General de Melilla.
El militar, en su faceta artística, captó ingeniosamente a la mujer rifeña a través de sus dibujos y acuarelas y supo dotarla del alegre dinamismo que protagonizaba su apresurada vida rural. El trazo sinuoso y gentil con el que Emilio Blanco la dibuja delata su entendimiento y simpatía por este nuevo mundo observado en vivo en las remotas cabilas del Rif. El escaso pudor de las cabileñas y las sinuosas sisas de sus ropajes dejan a la vista la sensualidad vedada y, ajenas a la admiración que despiertan, no reparan en el impacto que provocan sus desnudos pechos danzantes. Este cuerpo despojado de las rifeñas cautiva la visión del artista que lo modela sinuoso y esbelto, dejando siempre al descubierto el goce afanoso de brazos y piernas. Las vestiduras arremangadas en el río, chapoteando en las aguas para lavar sus piernas con brío son escenas que atrapan al interventor. Éste es inspirado por el caminar elegante de las féminas mientras portan sus cántaros de agua a la cintura y así las dibuja en numerosas ocasiones, yendo y viniendo por rústicos caminos que no son impedimentos para su deambular ligero y frágil.
La esencia de las emociones femeninas está manifiesta en las acuarelas de Blanco Izaga, no solo por la agitación de sus trazos en cuerpos siempre activos, sino por la infinita alegría que proyectan sus danzas dibujadas. Embriagado por el color de las fiestas y el sonido de los panderos, estas celebraciones son escenificadas con deleite mientras las danzantes se arremolinan, altivas y orgullosas, en un optimista y alegre ritual que el artista supo aprehender con efectiva gracia. Sus líneas en escorzo contrastan con el intencionado estatismo masculino proyectado por el interventor, que alude a la actitud derrumbada de un hombre en cuclillas ausente del tiempo bajo su recia chilaba.
Y mientras los años en el Rif se sucedían incansables, Emilio Blanco Izaga también enraizaba lentamente en aquella infructuosa tierra. A través de su obra podemos deducir que había sucumbido a un Rif imponente y majestuoso que él mismo había aderezado con la singular belleza de la mujer rifeña.