El Expediente Picasso: salvaguarda de la memoria del desastre de 1921
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Sonia Gámez | 04 agosto 2021
Las responsabilidades del Desastre de Annual
Con esta entrada sobre el Expediente Picasso, cerramos la serie que hemos dedicado al Desastre de Annual después de cien años de los hechos. No se puede hablar de Annual sin mencionar la investigación que el general Juan Picasso González realizó para aclarar lo sucedido, ya que la envergadura de la catástrofe y el impacto de la noticia en la política y la opinión pública españolas obligaba a determinar algún tipo de responsabilidad.
El conflicto colonial entre julio y agosto de 1921, deparó unos sucesos en los que miles de hombres mueren a manos de las tribus rifeñas, de las que no se esperaba una reacción así contra la ocupación militar. Aunque es de todos conocida la situación de las tropas españolas en aquel momento, sin preparación y mal equipadas, no se justifica con ello el caos y la descordinación de la que fueron partícipes soldados, oficiales y jefes. Para comprender aquella derrota, solo puede hacerse a través de la constatación de una grave sucesión de errores de los mandos, tanto antes del Desastre, en un despliegue militar demasiado ambicioso y precipitado, como en las decisiones inmediatas tomadas cuando comienzan a caer las primeras posiciones.
El comandante Franco del Tercio, dando órdenes a sus oficiales para el asalto de Ras Medua, 1921. Fotografía: Col. Juan Díez.
El general Picasso llegó a Melilla al frente de un equipo de tres auditores: Ataúlfo Ayala, Ángel Ruiz de la Fuente y Ángel Romanos. Después de nueve meses intensos de trabajo, con duras jornadas tomando declaraciones, hace acopio de un extenso y detallado informe que supuso un ejercicio de retentiva extraordinario. Para la elaboración del Informe se utilizaron fuentes orales, documentales y de otro tipo. En este documento, Picasso deshace la engorrosa maraña de los hechos con una estricta metodología y mucha prudencia. Una labor que puede ser considerada un trabajo histórico muy riguroso, cuyo fin fue rescatar la memoria de aquellos oscuros días y salvarla para la posteridad.
El Informe concluyó con una narración conmovedora de lo sucedido en la Comandancia de Melilla, un relato que superaría todas las expectativas del gobierno y de los propios militares. El texto superaba las dos mil páginas, con una dramática narración que revela la crudeza de lo sucedido y evidenciaba la incompetencia militar, la cobardía y la desorganización de las tropas. Juan Picasso señaló en su investigación que, los vicios y las corruptelas del Ejército, junto con los errores estratégicos del mando, habían sido las principales causas de aquella derrota. El Expediente no dejaba en muy buen lugar a la institución militar, un hecho muy sorprendente para una época que se caracterizaba por la corrupción y la manipulación, sin embargo, el trabajo de Picasso fue de una sinceridad y un buen hacer incuestionables.
Fueron muchas las limitaciones que se le impusieron al general Picasso, pero ninguna evitó la finalización de su informe. Cuando solicitó los planes de operaciones del Alto Mando, Picasso se topó con las restricciones de sus competencias impuestas tanto por el Ministerio de la Guerra como por la Alta Comisaría. Además, con el objetivo de limitar sus movimientos, se le dio una primera advertencia por medio de un telegrama y, después, por una Real Orden, lo que señalaba la preocupación por el escándalo que salpicaría a los altos cargos del Ejército y del Gobierno. Aquellas amonestaciones y restricciones a Picasso quedaron reflejadas en muchas ocasiones en su Expediente, sobre todo cuando critica fuertemente la retirada de Annual. Todo tipo de rumores y elucubraciones fueron favorecidos por las trabas impuestas a Picasso por sus superiores, que, intranquilos, se preguntaban hasta dónde llegarían las responsabilidades, a la vez que, cada vez más, aparecía la figura de Alfonso XIII entre los responsables.
«Las responsabilidades administrativas». Heraldo de Madrid. Madrid, 28 de febrero de 1923.
El Informe Picasso
A pesar de que conocía bien la realidad de Marruecos, su territorio y sus habitantes, el general Picasso sabía que se enfrentaba a serias dificultades en su investigación. El escenario del Desastre se había perdido, y esto le impedía obtener pruebas sobre el terreno, cuestión determinante que le obligó a fundamentar su trabajo en las declaraciones de supervivientes y testigos, una fuente que generaba su propia problemática.
El general Picasso pretendía llegar al fondo de la cuestión y, para ello, interrogaría a militares, a sabiendas de que sus testimonios estarían condicionados por el corporativismo castrense y aportarían una visión sesgada de lo sucedido. Picasso se mostraba alerta en todo momento, ya que hablaba con personas que tenían como prioridad evitar en lo posible ser incriminados en la investigación, y nunca favorecer el esclarecimiento de los hechos.
Para completar el mosaico narrativo, Picasso recogió información de los habitantes de los poblados próximos a las posiciones, donde va a conseguir declaraciones esenciales para su investigación que evidenciaron la autoridad abusiva de la policía en los poblados, o los abusos a las mujeres, un hecho que provocaba una fuerte repulsa entre los rifeños y que pocas veces fueron reseñados por el Ejército.
Además de los testimonios de los testigos, Picasso analizó exhaustivamente la documentación de las operaciones, donde descubre que, en los días previos a la catástrofe, el avance no contaba con garantías ni apoyos suficientes, pruebas que utilizará en el momento oportuno contra los mandos. Además, el general artista, dibujó detalladamente los croquis y mapas de las posiciones, un trabajo minucioso que le permitiría señalar, una vez verificados, los lugares donde se produjeron las muertes, los desperfectos de las construcciones y otros datos que le sirvieron para aclarar lo sucedido.
Croquis de la posición de Annual realizada por Juan Picasso. Col. Herederos de Juan Carlos Picasso López.
Por otro lado, sin mucho éxito, Picasso puso todo su empeño en tomar declaraciones a los supervivientes de todas las posiciones pero, en muchas ocasiones, tuvo que conformarse con vagos testimonios de terceros.
El repliegue desordenado de las tropas o la actuación temerosa de los mandos, fueron faltas reiteradas y fuertemente reprochadas por Picasso, pero también recriminó los años de negligencias que propiciaron la derrota: el desastroso despliegue realizado, los descuidos de la política con las cabilas o la escasa instrucción de los soldados.
Una de las cuestiones que alteró especialmente a Picasso, fue el aluvión de peticiones de ascensos y condecoraciones por mérito de guerra que se produjo después de la lamentable derrota española. En su informe, no dejó de reconocer la actuación de algunas posiciones en las que la defensa fue destacada pero, el general alegaba que «no puede ser un servicio distinguido el desempeño de sus obligaciones». Por este motivo, el Informe Picasso iba a favorecer que las condecoraciones que se otorgaran fuesen más justas.
El «Expediente Picasso» se ha convertido en la principal salvaguarda de la memoria del desastre de 1921. Sin embargo, las limitaciones de las fuentes impiden que sea considerado como una realidad absoluta, un aspecto reconocido por el general Picasso y que no ocultó en ningún caso.
El largo viaje del Expediente Picasso
El mismo día que se produjo el pronunciamiento de Primo de Rivera, el diputado Bernardo Mateo Sagasta decidió retirar del Congreso el «Expediente Picasso» completo para depositarlo en la Escuela Especial de Ingenieros Agrónomos, que él mismo dirigía. Sagasta temía que Primo de Rivera hiciera desaparecer el informe del debate político o, mucho peor, que lo destruyera para siempre, ya que el alzamiento era una consecuencia del propio expediente. La medida fue acertada, pues cuando el dictador llegó a Madrid pronto hizo el intento de recuperar el informe, pero este ya había sido retirado.
La dictadura
La Dictadura paralizó la Comisión de Responsabilidades y apostó por la impunidad del Ejército, concediendo amnistías desde febrero de 1924. No pretendía el dictador profundizar más en el desastre, tan solo ajustarse a la cuestión marroquí como único problema a resolver.
Después del éxito en Alhucemas, Primo de Rivera cambiaría su postura abandonista para legitimar la permanencia española en Marruecos. En cuanto a los desastres en África, el dictador decidió apostar por la memoria en 1927, reclamando el enjuiciamiento de la política general desde 1909. En este momento, Primo de Rivera depositó lo que había recopilado del «Expediente Picasso» en el Congreso para organizar la tercera Comisión de Responsabilidades sobre el Desastre de Annual. La investigación fue un fracaso y la depuración quedó en nada; sin embargo, la intención indicaba un deseo de justicia histórica muy destacado en este contexto.
La II República
En 1931, con el inicio de la II República, el Expediente fue devuelto al Congreso por Sagasta y se imprimió una edición en Madrid, que había sido editada por Javier Morata, con el título De Annual a la República. El Expediente Picasso. Las responsabilidades de la actuación española en Marruecos. Julio 1921, que se trata más bien de un resumen con algunos fragmentos añadidos. Las investigaciones sobre el Desastre no fueron retomadas, aunque muchos lo esperaban. Sin embargo, el interés disminuyó muy pronto y la figura de Picasso fue prácticamente olvidada.
El franquismo
Durante el franquismo, el «Expediente Picasso» fue sepultado por el olvido propiciado desde el régimen, pues se trataba de una obra que subrayaba con mucha dureza los vicios y la corrupción imperantes en el Ejército español en Marruecos; por lo tanto, es evidente que no podía ser cómoda para una dictadura militar que siempre consideró a la clase política como la única responsable de la catástrofe.
En paralelo, al fin de la dictadura franquista, en 1976 se publicó en México una versión del Expediente, una edición ampliada por Diego Abad de Santillán, titulada El Expediente Picasso. Excepto en el prólogo, esta publicación era un facsímil de la de 1931. Por lo que respecta a España, desde la edición de este año el Expediente no se volvió a publicar hasta 2003 por la editorial Almena, con el título de El Expediente Picasso. Las sombras de Annual. Esta versión no aportaba nada nuevo respecto a las anteriores publicaciones pues, incluso, parecían faltar algunos documentos relacionados con los procesos judiciales sobre el desastre, aunque incluía un interesante anexo de fotografías.
La «Transición democrática»
A partir de la llamada Transición democrática, la memoria del Expediente se ha ido rescatando para convertirse hoy en un texto relativamente conocido. Es difícil referirse al Desastre y al final de la Restauración sin contemplar el «Expediente Picasso».
En 1998, por fin apareció en el Congreso una parte fundamental del Informe realizado por el general Picasso, que no ha sido publicado todavía, pero todo apunta a que, entre estos documentos, se encuentran algunos de los que se habían perdido. Por tanto, el informe judicial de Picasso puede seguir aportando información que ayude a esclarecer unos hechos de los que siempre fue la principal fuente de conocimiento.
El rey Alfonso XIII junto al capitán general de Cataluña, Primo de Rivera, en 1922. La Vanguardia.
El impacto del Expediente Picasso en la política de la Restauración
Cuando el general Picasso trabajaba en la redacción de su Informe, ya se hablaba de las repercusiones que este tendría en el contexto de las investigaciones que se estaban realizando. Muchos creyeron que aquel proceso sería una farsa dirigida por el poder para acallar las críticas de la opinión pública y de ciertos políticos. Otros, sin embargo, defendieron la labor de Picasso y pedían tiempo para ver los resultados. El debate estaba servido y muchos intelectuales y políticos se pronunciaron en este asunto.
El Informe de Picasso, que se convirtió en un elemento clave en el debate político español, puso en evidencia tal volumen de negligencias que fue inevitable la búsqueda de responsabilidades, en un régimen que sobrevivía a la desconfianza de la población, a la que se sumaba la figura de un rey cada vez más señalado como culpable de las adversidades del país.
La creación de dos comisiones parlamentarias y el suplicatorio del Senado contra el general Berenguer, acusado de negligencia, fueron las principales medidas emprendidas para juzgar los hechos. Estas acciones se efectuaron casi únicamente contra militares, pero las responsabilidades de los políticos en la catástrofe resultaba evidente, y contra ellos se lanzaron importantes críticas en el Congreso.
El general Dámaso Berenguer, alto comisario de España en Marruecos, viendo pasar las tropas en 1921. Revista Ilustrada Mundo Gráfico.
El enfrentamiento entre los poderes civil y militar derivado del Desastre, alcanzó su máxima expresión en el debate parlamentario. El proceso, que se prolongó durante dos legislaturas sin llegar a resolverse, puso en entredicho el prestigio del Ejército, pero también situaba en una posición muy incómoda e insostenible a la clase política del régimen. El Gobierno ya no podía ocultar que en África imperaba el abuso de poder y la corrupción.
El «Expediente Picasso», y la consecuente puesta en marcha de las comisiones de investigación, fue el estacazo definitivo a la Restauración, golpe que se materializa con el asalto al poder de Primo de Rivera y la implantación de una dictadura militar, reflejo de un intento desesperado de frenar la labor de las comisiones.
No todos los problemas de funcionamiento del sistema político de la Restauración, ni su manifiesta incapacidad para la renovación, se pueden atribuir a la cuestión marroquí. Sin embargo, el golpe de Estado de Primo de Rivera sería la respuesta de los militares que, como el propio Dictador, venían a considerar responsable a todo el sistema político. La vinculación entre el Desastre de Annual y el golpe de Estado fue más que evidente, convirtiéndose en una depuración en sí mismo donde las responsabilidades recaían en los políticos, que, ahora, pagarían su culpa dejando paso al Ejército para dirigir la nación.